VIÑAS DE VIDA

Diario en las Viñas del Somontano.



23 de Marzo, 2001

Desde la pequeña colina que asciende hasta Hoz de Barbastro, sólo unos pocos almendros estaban todavía colmados de flores y se advertían entonces, a contraluz, nítidos y transparentes. Cientos de olivos, viñedos en mágicas formaciones, campos saturados de flores, y trigales de un verde intenso, le daban al paisaje el semblante primaveral de la vistosa estación; claro que haber alcanzado tan pronto el refulgente verdor sólo parecía anunciar un cercano y caluroso verano.



29 de Junio, 2001.

Recorrí cientos de kilómetros por caminos y pistas somontanas en busca de algún nido de carraca, mientras me seguía fielmente una nube de polvillo blanquecino que se podía masticar desde el interior del coche y que impregnaba absolutamente todo. La carraca, ese bellísimo pájaro que viene desde África, anida demasiado tarde, por lo que, durante aquellas semanas, que casualmente resultaron ser las más calurosas del verano, aborrecí aquel sopor sin precedentes. La viña, en cambio, lo estaba agradeciendo.



22 de Diciembre, 2001.

Las hojas de colores que tiempo atrás designaban ciertas variedades de uva se habían desprendido con los fríos y vientos otoñales, y el tapizado que antes armonizaba el viñedo se tornó en pocos días lánguido y desarropado. Entumecidas, las Moristel, Tempranillo, Cabernet, Garnacha, Merlot, Chardonnay, y tantas otras, con sus torcidos sarmientos a punto de podar, se advertían entonces todas por igual, en una extensa tierra que el invierno había transformado provisionalmente en fría y blanquecina. La nieve, por adelantado, había dado la bienvenida al invierno.




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